Sobre la identidad de género y la orientación sexual

En la sociedad moderna se habla mucho sobre la identidad de género y la orientación sexual. Si hemos de representar al Señor como luminares que resplandecen en un mundo oscuro (Fil. 2:15), es importante que tengamos una comprensión bíblica del corazón de Dios y Sus caminos con respecto a estos temas. Es fácil imponer nuestros propios sesgos y predisposiciones al tema, conformando a Dios a nuestra propia imagen, en lugar de hacerlo al contrario. Si somos demasiado comprensivos, podemos comprometer la justicia de Dios y Su testimonio (Sal. 89:14; cfr. Ro. 1:32). Si juzgamos con rigidez, podemos impedir que algunos reciban la maravillosa salvación del Señor (Mt. 23:13). Por un lado, Dios es justo de manera absoluta e intransigente; por el otro, Él es compasivo y tierno de corazón. Para mantener el testimonio del Señor en estos asuntos, primero necesitamos ver el estándar bíblico según la creación de Dios y Su ordenación para la humanidad. Luego, entonces, podemos ver cuál debe ser nuestra actitud y nuestra posición en medio de la oscuridad y la confusión de hoy.

Hombre y mujer en la creación de Dios

La Biblia es consistente. No reconoce ninguna distinción entre el sexo y el género de una persona. Dios creó a la humanidad solamente con dos géneros—hombre y mujer. La primera mención acerca del hombre dice inequívocamente: «Y creó Dios al hombre a Su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1:27). Génesis 5:2a lo confirma, diciendo: “Varón y hembra los creó”. En el Nuevo Testamento, el Señor Jesús afirmó este hecho, diciendo: “Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los creó, desde el principio los hizo varón y hembra?” (Mt. 19:4; cfr. Mr. 10:6). Así, el testimonio de la Escritura tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es que Dios creó al hombre con solo dos géneros: hombre y mujer. No hay un tercer género, ni géneros híbridos, ni espectro de género, y no se cambia el género con el que nacimos. Todo lo demás, incluida cualquier forma de confusión de género, es un producto de la caída del hombre, incluso en el pequeño número de casos de ambigüedad biológica (cfr. Mt. 19:12).

Matrimonio y sexo según la ordenación de Dios

Además, la Biblia solo reconoce como matrimonio cuando un hombre se une a una mujer. Cada vez que se menciona el matrimonio, según la ordenación de Dios, es entre un hombre y una mujer (Gn. 2:24; Mt. 19:4-5; Mr. 10:6-7; 1 Co. 7:2). La Biblia se refiere explícitamente a la actividad homosexual como “una abominación” (Lv. 18:22; 20:13a). En el relato de Pablo respecto a que el hombre está bajo la condenación de Dios, se refiere a tal actividad como “contraria a la naturaleza” (Ro. 1:26-27). La Biblia también es clara en cuanto a que la fornicación, es decir, cualquier actividad sexual, homosexual o heterosexual, fuera del matrimonio es contraria a la justicia de Dios y, por lo tanto, es pecado y hace que el participante quede bajo el justo juicio de Dios (Éx. 20:14; He. 13:4; 1 Ti. 1:8-10). Los creyentes están obligados a “abstenerse de fornicación” (1 Ts. 4:3; cfr. 1 P 2:11). Cualquier forma de fornicación es una obra de la carne y es la antítesis de la obra santificadora del Espíritu (Gá. 5:19; 1 Co. 6:9, 11; 1 Ts. 4:3; 2 Ts. 2:13).

Cuál debe ser nuestra actitud

Hay dos porciones del Nuevo Testamento que son particularmente significativas para mostrar cuál debe ser nuestra actitud. En 1 Corintios 6:9-11 dice:

“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os desviéis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; pero ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo, y en el Espíritu de nuestro Dios”.

Hay cuatro puntos claves aquí. Primero, la frase “y esto erais algunos” indica que el evangelio alcanza a aquellos que se encuentran en un estado caído, incluidos los fornicarios, los idólatras, los adúlteros, los afeminados y los homosexuales. Esto significa que no debemos discriminar a quién presentamos las buenas nuevas de Jesucristo. En segundo lugar, las mismas palabras, “y esto erais algunos”, indican que aunque esta era su condición pasada, ya no es su condición o práctica presente. En tercer lugar, estos versículos muestran los medios por los cuales ocurrió este cambio: “ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo, y en el Espíritu de nuestro Dios”. Cuarto, el versículo 9 muestra que aquellos que continúan en tales prácticas “no heredarán el reino de Dios”. En este versículo, así como en Efesios 5:5, heredar el reino de Dios es algo adicional a la salvación inicial del creyente. Señala la recompensa de participar como vencedor en el reino milenial que el Señor establecerá en Su segunda venida.

El segundo pasaje es 1 Corintios 5:11: “Pero ahora os he escrito que no os mezcléis con ninguno que, llamándose hermano, sea fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o viva de rapiña; con el tal ni aun comáis”. Aquí, aquellos creyentes que continúan en tales prácticas pierden la comunión de la iglesia. Esto se ve en este capítulo en el caso de un hermano que vivía en grave inmoralidad, lo que suscitó el encargo del apóstol Pablo de “quita[r] a ese perverso de entre vosotros” (v. 13b).

La iglesia es el reino de Dios en la tierra hoy (comparar Mt. 16:18 y 19; 1 Co. 4:17 y 20; Ro. 14:17). Por lo tanto, la iglesia debe estar completamente bajo el gobierno de Dios en Cristo, lo que incluye ser gobernada por la ordenación de Dios, no por la opinión del hombre, como estándar de conducta. La iglesia testifica del orden apropiado bajo la administración de Dios. La iglesia toma a Cristo como su Cabeza (Ef. 1:22; 5:23; Col. 1:18) y toma la iniciativa en toda la creación de Dios para ser encabezada por Él (Ef. 1:10; cfr. 4:15). Por esa razón, la iglesia no puede permitir que aquellos que continúan rebelándose contra la ordenación de Dios permanezcan en su comunión. De lo contrario, la iglesia perderá su función y testimonio. Así como la participación en el reino milenial es condicional, la participación en la comunión de la iglesia también es condicional.

Es significativo que al hablar de la pérdida de la comunión de la iglesia y de la recompensa del reino, el énfasis está en la persona y no en el acto. En otras palabras no se trata de un solo lapsus, sino de una práctica continua que hace que el comportamiento pecaminoso se vuelva característico de lo que esa persona es. Como explicó el hermano Lee con respecto a 1 Corintios 6:11:

Pablo no trata simplemente con cierto pecado; trata con la persona que vive en esa clase de pecado. Aquí hay una distinción importante. Por ejemplo, cometer fornicación es diferente de ser fornicador, uno que vive en ese pecado y permanece en él. Un fornicario no es simplemente alguien que comete fornicación como lo hizo David en el Antiguo Testamento; es una persona que vive en ese pecado. Ese pecado se convierte en su vivir. Así, tal persona se convierte en fornicario. (Estudio-vida de 1 Corintios, pág. 325)

Para dar cabida a su aprobación de la inmoralidad, algunos intentan eludir la revelación completa de la Biblia sobre el carácter de Dios conformándolo a sus propios gustos, hablando de que Dios es solo un Dios amoroso lleno de compasión y ternura. Este es seguramente un aspecto de la naturaleza de Dios, pero Él también es absolutamente santo y justo (Ap. 4:8; 1 P. 1:15-16; Ap. 15:3). Aquellos que rehacen a Dios a la semejanza del hombre caído según sus propias preferencias, en realidad están cometiendo idolatría (Ro. 1:21-23). Según Romanos 2:4, la bondad, la paciencia y la longanimidad de Dios tienen como objetivo llevar a los pecadores al arrepentimiento (ver también 2 P. 3:9, 15). Invocar tales atributos divinos para dar a entender que Dios aprueba las actividades inmorales es algo engañoso. Por el contrario, el arrepentimiento genuino entre aquellos que han llegado a conocer el amor de Dios incluye abandonar las prácticas inmorales descritas en Romanos 1 (cfr. 2 Co. 12:21).

Se necesita una palabra adicional. Las iglesias, como candeleros de oro resplandecientes, dan testimonio de Cristo y de Su salvación en medio de esta generación perversa (Ap. 1:12, 20; Fil. 2:15). No importa cuáles sean nuestros sentimientos personales, no hay fundamento en las Escrituras para que las iglesias se involucren en movimientos sociales que promuevan “costumbres bíblicas”. En este asunto las iglesias deben seguir el modelo del Señor Jesús y del apóstol Pablo. Aunque las perversiones sexuales no eran infrecuentes en el Imperio Romano, ni el Señor ni los apóstoles iniciaron ni participaron en campañas sociales contra esas perversiones para que no se oscureciera el significado del evangelio y de la salvación del Señor.

Nuestro Dios es un Dios misericordioso y compasivo. Él, “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:4). Así, Jesús declaró que “todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Sin embargo, Dios también es un Dios de propósito (Ef. 1:9-10; 3:11). Su salvación es para librarnos de la potestad de las tinieblas y trasladarnos al reino del Hijo de su amor (Col. 1:13). Su misericordia nos alcanzó con el evangelio en nuestro lamentable estado, como pecadores caídos en rebelión contra la autoridad de Dios. Ahora Él nos está salvando al máximo, en y por Su vida indestructible (Ro. 5:10; He. 7:25), para santificarnos completamente hasta que seamos “santos y sin mancha” como Su novia (1 Ts. 5:23; Ef. 5:27; cfr. 1:4). No debemos comprometer un llamamiento tan elevado y glorioso para acomodarnos a la corriente de este siglo (Ef. 4:1; Ro. 12:2; Tit. 2:12). Que el Señor nos encuentre fieles en guardar Su palabra (Ap. 3:8, 10).

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