El matrimonio es un asunto muy importante en la Biblia. El registro de la restauración de la creación por parte de Dios en Génesis 1 y 2 llega a su consumación con el matrimonio de un hombre, Adán, y una mujer, Eva. Las Escrituras también concluyen con un matrimonio como cumplimiento de la economía eterna de Dios (Ap. 19:7; 21:9-11). Dios instituyó el matrimonio con dos propósitos: la propagación de la humanidad y la realización de Sus intereses en la tierra (Gn. 1:26-28; 2:18-25; 4:1). Como creyentes debemos prestar atención a la intención de Dios al establecer el matrimonio. Debemos mantenerlo en honor y honrar a nuestra cónyuge como coheredera de la gracia de la vida (1 P. 3:7). Sin embargo, hoy en día pocos matrimonios se practican de una manera que sirva a los intereses de Dios según Su ordenación original. En los últimos años se ha intensificado el ataque de Satanás contra la institución del matrimonio. Como resultado, es común ignorar completamente las razones por las cuales Dios ordenó el matrimonio. En su lugar, las personas practican la fornicación fuera del matrimonio, terminan fácilmente los matrimonios que ya no desean, rechazan tener hijos por egoísmo o participan en uniones extrañas. Estas desviaciones respecto a la ordenación de Dios para el matrimonio son ampliamente aplaudidas.
Desde la caída del hombre Satanás ha organizado en un sistema todo lo relacionado con la existencia del hombre con el fin de ocupar y controlar al hombre, haciéndolo inadecuado para el cumplimiento del propósito de Dios. Incluso el matrimonio se ha convertido en parte de este sistema. Como resultado, el matrimonio ha sido reorientado de servir para la existencia del hombre y para el propósito de Dios, a un medio que sirve para satisfacer las lujurias y deseos del hombre. La actitud despreocupada de hoy hacia la separación y el divorcio es el resultado de la sistematización mundana del matrimonio. Cuando las lujurias y deseos ya no son satisfechos por el matrimonio, muchos se sienten libres de divorciarse de su cónyuge e ir en pos de sus deseos en otra parte. El hermano Lee observó que «hacia el fin de esta era, esta situación se intensificará y alcanzará su clímax durante la parusía del Señor » (Estudio-vida de Mateo, pág. 742). Como pueblo de Dios, no estamos a favor del matrimonio en sí mismo ni de su rehabilitación en la sociedad; estamos a favor del Señor y de Sus intereses, y nuestra atención se centra en cooperar con Él para el cumplimiento de Su economía. Por lo tanto, debemos reconocer que nuestro vivir y servicio al Señor dependen en gran medida de cómo manejemos el matrimonio.
En Hebreos 13:4 se nos insta a que el matrimonio «sea honroso entre todos, y el lecho sin mancilla; porque a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios». En la época en que se escribió esta epístola, el matrimonio ya se había sistematizado completamente, se abusaba de él para la consecución de los intereses personales del hombre y se mantenía en deshonra. Aquí, el mandamiento de honrar el matrimonio se refiere específicamente a no cometer fornicación ni adulterio (cfr. 1 Ts. 4:3-5; 1 Co. 6:18). El Señor Jesús dijo que los que se divorcian por cualquier causa que no sea la fornicación y se casan con otro cometen adulterio (Mt. 19:9). Tanto el divorcio como el adulterio deshonran al cónyuge a lo sumo e ignoran el propósito de Dios al ordenar el matrimonio. Si consideramos el matrimonio como parte de la ordenación de Dios para el cumplimiento de Su propósito eterno, mantendremos el matrimonio en todo honor y, como resultado, nos daremos cuenta de la necesidad de otorgar honor a nuestros cónyuges.
Honrar a nuestras esposas
Pedro escribió sobre el honor que un esposo debe mostrar a su esposa: «Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo» (1 P. 3:7). Por lo tanto, instó al esposo a que aprecie la preciosidad y el valor de su esposa, dándole honor en consecuencia y considerándola como coheredera de la gracia de la vida, no como una parte inferior en el matrimonio debido a su debilidad comparativa. Explicando este versículo, el hermano Lee observó:
La sumisión y el honor son inseparables. Si uno no se somete a cierta persona, ¿cómo podría honrarla? Sería imposible. Por lo tanto, honrar a una persona siempre implica cierto grado de sumisión a ella. Como vimos anteriormente, ésta es una exhortación equilibrada. Los maridos deben honrar a sus esposas, y, sin duda alguna, las esposas también deben honrar a sus maridos. (Estudio–vida de 1 Pedro, pág. 225)
En el mismo mensaje dijo:
Algunos quizás consideren que decir que los maridos deban someterse a sus esposas contradice la afirmación de que las esposas deben estar sujetas a sus maridos [Ef. 5:22]. De hecho, como veremos, no es que Pedro se esté contradiciendo, sino que está presentándonos una perspectiva muy equilibrada. Ni Pedro ni Pablo dicen de forma explícita que los maridos deban sujetarse a sus esposas. En lugar de ello, Pedro dice que los maridos deben honrar a sus esposas, y Pablo dice que los maridos deben amarlas. En Efesios 5:21 Pablo dice: “Sujetos unos a otros en el temor de Cristo”. Esto parece indicar que el marido y la mujer deben someterse el uno al otro (pág. 222).
Es vergonzoso que un marido prive a su mujer del honor que le corresponde y, sin embargo, espere su sumisión. Que un marido asigne honor a su esposa significa que él mismo se somete a su esposa. Por lo tanto, el honor y la sumisión se ejercen mutuamente en un matrimonio apropiado.
Pedro dio la carga a los esposos que honren a sus esposas de acuerdo con el conocimiento, un conocimiento que es espiritual, no secular. El hermano Lee caracterizó tal conocimiento espiritual de la siguiente manera:
Si tenemos este conocimiento, sabremos que Dios creó a la mujer como a vaso más frágil, simplemente por causa del carácter de la relación matrimonial. Para que la relación matrimonial sea adecuada, las dos partes no deben ser igual de fuertes. Uno de los dos debe ser más fuerte que el otro. Por consiguiente, los hermanos no deben menospreciar la fragilidad de su mujer. En lugar de ello, debemos comprender que Dios hizo a nuestras esposas como a vasos más frágiles específicamente por causa de la relación matrimonial. Por consiguiente, es necesario que entendamos la razón de la debilidad de la mujer, y que entendamos el carácter de la relación matrimonial. De este modo, nuestra vida matrimonial no será regida por el conocimiento adquirido mediante educación humana, sino por el conocimiento espiritual. (pág. 224)
Por el bien de la relación matrimonial, Dios ordenó que la mujer fuera el vaso más frágil. Que la mujer sea más frágil implica que el marido también es frágil. Todos los seres humanos son vasos frágiles (Sal. 78:39; 103:14; Is. 40:6-8). Por lo tanto, no existe la base para que un esposo menosprecie a su esposa por su fragilidad relativa. En otra parte el hermano Lee dijo:
Aunque el esposo debería ser comprensivo con su esposa según conocimiento porque ella es más frágil, no debería menospreciarla debido a su fragilidad. Por el contrario, debería darle más honor porque ella es una sola carne con él y coheredera de la gracia de la vida. (Selecciones del ministerio 3:10 (2021), pág. 75)
Un equilibrio tan hermoso de honor y sumisión mutuamente ejercitados aporta al matrimonio una atmósfera pacífica y agradable, y permite al marido y la mujer ser coherederos de la gracia de la vida.
Coherederos de la gracia de la vida
El hermano Lee dijo que llegar a ser coherederos de la gracia de la vida es el «punto más sobresaliente» en la consideración de Pedro respecto al matrimonio. Un matrimonio conforme a la ordenación de Dios produce coherederos de la gracia de la vida (v. 7): el Dios Triuno procesado que ha llegado a ser el Espíritu que mora en los creyentes suministrándoles las riquezas de la vida divina. El hermano Lee continuó:
Un esposo es la autoridad según lo dispuesto por Dios, y una esposa debe sujetarse a esta autoridad; en la vieja creación Dios hizo al esposo más fuerte, y a la esposa más frágil. No obstante, ante los ojos de Dios un esposo y su esposa son coherederos de la gracia de la vida. Así que, por un lado, los esposos deberían ser comprensivos en relación con la fragilidad de sus mujeres, y por otro, dar honor a sus esposas. (pág. 75)
Aunque todos los creyentes son herederos de las riquezas del Dios Triuno como la gracia de la vida, el que un marido y una mujer sean coherederos de la gracia de la vida depende de que se honren y se sometan mutuamente. Además, el disfrute de la gracia de la vida por parte del esposo y la esposa aporta al matrimonio una vida de mutuo honor y sumisión. Así, la relación entre honrarse y someterse mutuamente, por un lado, y disfrutar de la gracia de la vida, por otro, se convierte en un ciclo.
La manera en que los santos manejen el matrimonio tiene un gran impacto en la condición de una iglesia. El hermano Lee nos advirtió diciendo: «Si una iglesia ha de estar saludable o ha de perder su elemento y esencia, eso depende en gran parte de la vida matrimonial. No debemos pensar que el asunto del matrimonio sea insignificante. Debemos darle la debida honra.» (Estudio-vida de Hebreos, pág. 649). No debemos considerar el matrimonio como algo común, como lo hacen los del mundo; es algo ordenado por Dios. Debemos cultivar nuestra relación con nuestro cónyuge como coherederos de la gracia de la vida y renunciar a la visión mundana del matrimonio como algo meramente para la autogratificación. De este modo, podemos evitar los terribles daños del adulterio y el divorcio, preservándonos a nosotros mismos y a nuestro cónyuge en condiciones adecuadas para participar en el mover de Dios sobre la tierra. Que el matrimonio sea mantenido en honor entre todos los santos en el recobro del Señor para el fortalecimiento de las iglesias y el cumplimiento de la economía de Dios en la era presente.