La comunión de vida en el Cuerpo de Cristo es un asunto de lo más precioso y vital (1 Co. 1:9: 2 Co. 13:14; Hch. 2:42; 1 Jn. 1:1-7). Debemos contristarnos cuando un hermano o hermana pierde tal comunión por cualquier razón, sea por la disciplina ejercida por la iglesia sobre ese miembro, una acumulación de ofensas reales o imaginarias, o simplemente un distanciamiento. Como aquellos que aman al Señor y Su iglesia, debemos tener un corazón ensanchado para buscar restaurar a aquellos que hayan tropezado (2 Co. 6:13). Debemos tener el corazón amoroso y perdonador de nuestro Padre Dios y el espíritu que pastorea y busca de nuestro Salvador Cristo (Lc. 15; Una exhortación amorosa a los colaboradores, ancianos y los que aman y buscan al Señor, págs. 28-33).
A medida que colaboramos con el Señor para restaurar a otros a la comunión de Su Cuerpo, la manera en que nos conducimos tiene gran importancia. Hablando de 2 Corintios 10:1, el hermano Lee comentó: “Pablo nos dice que él rogó a los corintios por la mansedumbre y ternura de Cristo. Sin embargo, no nos dice el propósito de su ruego. Él nos dice cómo rogó, mas no nos especifica por qué rogó” (Estudio vida de 2 Corintios, pág. 448). El hermano Lee después explicó: “Esto indica que la manera en que Pablo ruega es más importante que el propósito de su ruego” (pág. 448). Añadió: “Debemos aprender de Pablo y prestar más atención a la manera en que hacemos algo, que al propósito por el que lo hacemos. De hecho, a Dios le interesa más la manera en que hacemos algo, que el propósito, la meta, que tenemos al hacerlo” (pág. 449).
“Restauradle con espíritu de mansedumbre”
Gálatas 6:1 dice: “Hermanos, si alguien se encuentra enredado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. Como el hermano Lee hizo notar: “En griego la palabra para restaurar es la misma que para la palabra remendar en Mateo 4:21” (CWWL/a, 1964, t. 4, pág. 37), lo cual indica que Jacobo y Juan estaban remendando sus redes de pescar cuando el Señor los llamó. Por lo tanto, restaurar a un santo que ha tropezado es una especie de obra remendadora que repara la comunión dañada en el Cuerpo.
Gálatas 6:1 habla de un “espíritu de mansedumbre”. Como el hermano Lee señaló, este espíritu “es nuestro espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu Santo y con el cual está mezclado. Tal espíritu de mansedumbre es fruto de vivir y andar por el Espíritu [en Gal. 5:16, 22-23, 25]. Notemos que Pablo habla de un espíritu de mansedumbre. La mansedumbre que necesitamos tiene que estar en nuestro espíritu. La fuente de lo que hagamos debe ser el espíritu, no simplemente nuestro corazón bondadoso.” (Estudio vida de Gálatas, pág. 263). La mansedumbre es una cualidad de nuestro espíritu regenerado. Watchman Nee describió Gálatas 6:1 como una especie de cuidado paternal por parte de uno que es más maduro en el Señor, como está implícito en la frase: “vosotros que sois espirituales”. Y añadió: “Pero incluso uno que es espiritualmente más avanzado que otro nunca debe adoptar una posición de ‘soy mejor que tú’, como si estuviera mirando hacia abajo desde un pedestal para corregir a un inferior” (CWWN, vol. 46, pág. 1271). El hermano Lee también comentó: “No debemos ir a tal hermano caído para reprenderle ni para condenarle. No debemos acercarnos a él como si fuésemos abogados o policías para encarcelarlo. Tenemos que amarlo, cubrirlo, orar por él y restaurarlo con espíritu de mansedumbre” (La Edificación del Cuerpo de Cristo, pág. 47).
Rogando por la mansedumbre de Cristo, no reprendiendo
En 2 Corintios 10:1a Pablo escribió: “Mas yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo”. Mediante esta frase podemos darnos cuenta que la mansedumbre necesaria para restaurar y rogar por otros no es una mansedumbre que podamos tener naturalmente, sino la mansedumbre de Cristo que mora en nuestro espíritu regenerado. Pablo vivía a Cristo, así que él vivía la virtud de la mansedumbre de Cristo (véase La conclusión del Nuevo Testamento: experimentar, disfrutar y expresar a Cristo (Mensajes 306-322), págs. 3362-3364).
Es posible que naturalmente asociemos la mansedumbre con la debilidad, pero este pensamiento no se aplica a la mansedumbre de Cristo en nuestro espíritu. De hecho, el hermano Lee nos dijo: “La mansedumbre de una persona transformada siempre está llena de vida y de poder; tal mansedumbre es viviente y refrescante y siempre nos introduce en la presencia del Señor» (CWWL/a, 1963, t. 4). La mansedumbre es una virtud esencial para mantener la unidad en el Cuerpo de Cristo (Ef. 4:2-3). El apóstol Pablo mandó a su joven colaborador Timoteo para que se ejercitara en la mansedumbre al corregir a los que se oponen, esperando su arrepentimiento (2 Ti. 2:25). Esto no significa que comprometamos la verdad o que toleremos pecados graves, idolatría o herejía. Más bien significa que si no somos mansos, sino arrogantes con los que se oponen, puede que se endurezcan en lugar de recibir ayuda. Lo mismo ocurre cuando tratamos de restaurar a otros en la comunión del Cuerpo.
A menudo, reprender a los demás los ofende y los endurece. La ofensa causada por la reprensión se convierte entonces en otro obstáculo para restaurar la comunión. El hermano Lee nos dijo: «Para ser un buen anciano, lo primero que tenemos que aprender es a no reprender a las personas. Al cometer muchos errores, hemos aprendido que reprender a las personas jamás trae buenos resultados» (Entrenamiento para ancianos, libro 11: El Ancianato y la Manera Ordenada por Dios (3) [ET 11], pág. 26). Algunos pueden argumentar que el Señor Jesús reprendió a los fariseos y Pablo a los corintios. Sin embargo, Pablo sufrió gran aflicción y angustia de corazón hasta que oyó de Tito que los corintios habían recibido su palabra (2 Co. 2:4; 7:6-7). El hermano Lee observó: «Esto nos muestra que al reprender a los creyentes, Pablo corría cierto riesgo» (pág. 27). Acerca de la reprensión del Señor Jesús a ciertas personas, el hermano Lee dijo simplemente: «Sin embargo, nosotros no somos el Señor Jesús» (pág. 27). Tampoco somos Pablo. Algunos hermanos se apresuran a ejercer «autoridad» al reprender a otros. Esto expresa su manera de ser natural, no la del Señor. El hermano Lee se refirió a tal práctica como «necedad» (pág. 27).
Restaurar trayendo el Señor a las personas y las personas al Señor
Buscar restaurar a otros implica traer al Señor a ellos y traerlos a ellos al Señor. Primera de Juan 5:16 nos dice que debemos pedir en oración para que podamos dar vida y así recobrar a otros para el Señor. En este versículo el Señor no da vida directamente, sino que el que pide se convierte en un canal para llevar al Señor como vida a otros en su contacto con ellos. Como explicó el hermano Lee: «Esto no significa que el solicitante tenga vida en sí mismo y pueda dar vida a otros por sí mismo; más bien, significa que tal solicitante, quien permanece en el Señor, es uno con el Señor y le pide siendo un solo espíritu con el Señor (1 Co. 6:17), viene a ser el medio por el cual el Espíritu vivificante de Dios puede dar vida a aquel por el cual el solicitante pide» (Estudio-vida de 1 Juan, pág. 349).
Los ancianos deben ser modelos en tal cuidado pastoral para restaurar a los que se han apartado (1 P. 5:1-2). En el último volumen de los libros del entrenamiento para ancianos, el hermano Lee nos dijo:
Al tener contacto con las personas, los ancianos deben hacerlo llenos de amor, preocupación y simpatía por ellos, con un espíritu manso y humilde (Gá. 6:1); no como quien procura convencer a otros, ni atraparlos, ni mucho menos arrestarlos, sino como quien busca restaurar o recobrar a las personas llevándolas de regreso al Señor. Al relacionarse con las personas, los ancianos deben hacerlo plenamente conscientes de que lo que la gente necesita es al propio Señor y que lo único que puede resolver sus problemas es un encuentro personal con el Señor. Así pues, al relacionarse con otros de una manera personal, ellos deben evitar todo complejo de superioridad, todo argumento u ofensa, y todo aquello que pudiera humillar a otros, siempre teniendo presente que la iglesia no es una estación de policía ni tampoco un tribunal y que, por lo tanto, nosotros no somos ni policías ni jueces. (ET 11, págs. 28-29)
«Confesaos unos a otros vuestros pecados»
Jacobo 5:16a dice: «Confesaos, pues, vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados». Al examinar Santiago 5:14-16 debemos notar que la confesión y la oración son mutuas: «unos a otros» y «unos por otros», es decir, entre dos partidos: el enfermo y los ancianos de su iglesia local (v. 14). El hermano Nee dijo: «Tenemos que confesar nuestros pecados unos a otros porque algo anda mal en el Cuerpo de Cristo, y la confesión mutua de los pecados es necesaria. Los enfermos tienen que confesarse con los ancianos, y los ancianos tienen que confesarse con los enfermos» (CWWN, vol. 38, págs. 493-494). Algunas enfermedades pueden deberse a participar indignamente de la mesa del Señor (1 Co. 11:30), lo cual es una cuestión de no discernir adecuadamente la comunión del Cuerpo (vs. 27-29). El principio en Jacobo 5 se aplica no sólo cuando alguien está físicamente enfermo, sino también cuando un hermano o hermana se «enferma» espiritualmente y pierde la debida comunión en el Cuerpo. El enfermo debe confesar su actitud y conducta que le han llevado a perder la comunión. En cuanto a los ancianos, según el hermano Nee: «Puede ser que los ancianos hayan carecido de amor. Puede ser que los ancianos hayan sido negligentes en el cuidado. Por lo tanto, los ancianos tienen que confesar estos pecados» (pág. 494; véase también CWWN, vol. 44, pág. 833). Esta palabra a los ancianos se aplica también a todos los santos, especialmente a los que llevan la carga del cuidado de los demás. En algunos casos, nuestras acciones y maneras de ser pueden haber ofendido y hecho tropezar a otros. Por supuesto, debemos confesar tales errores y buscar el perdón de aquellos a quienes hemos ofendido. Pero también debemos admitir cualquier fallo o deficiencia en nuestro cuidado pastoral. No debemos tener un concepto más elevado de nosotros mismos del que deberíamos, sino humillarnos para ser modelos en la confesión y la búsqueda del perdón (Ro. 12:3; 1 P. 5:3, 5).
Resumen
Si permitimos que habite en nosotros el corazón amoroso y perdonador del Padre y el espíritu que pastorea y busca del Hijo, desearemos espontáneamente restaurar a los que se han alejado del Señor y de la comunión de Su Cuerpo. Para llevar a cabo tal carga, debemos hacer frente a cualquier actitud de superioridad, de juzgar a los demás, u otra forma de orgullo para que podamos contactar con los demás en un espíritu de mansedumbre, una mansedumbre que no es nuestra, sino que es la mansedumbre de Cristo vivida a través de nosotros. Debemos orar para unirnos al Señor, de modo que podamos convertirnos en un canal para dar vida a los demás, llevando al Señor a las personas y a las personas al Señor. Según nos guíe el Señor, podemos confesar nuestros fallos, incluidas las deficiencias en nuestro cuidado pastoral, a aquellos que han tropezado y podemos recibir con gracia su confesión y arrepentimiento a cambio. Si buscamos y practicamos de esta manera, nos eliminaremos como un obstáculo y abriremos la puerta para que el Señor restaure la comunión adecuada en el Cuerpo.