Ser vencedores con una vision, no idealistas con un sueño

Como aquellos que amamos al Señor, que buscamos practicar la vida de iglesia según la manera revelada por Dios en el Nuevo Testamento, debemos ser personas de visión y no idealistas. El apóstol Pablo era tal clase de persona, una persona que fue capturada por la visión celestial del Dios-hombre trascendente, el Señor Jesucristo, y de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, el gran “me” corporativo (Hch. 9:4). Pablo fue fiel hasta el fin a pesar de los muchos problemas en las iglesias, incluyendo contiendas internas, desviaciones de la verdad del evangelio, e incluso el rechazo a su ministerio (1 Co. 1:10; Gá. 5:7; 2 Ti. 1:15). Mientras estaba siendo examinado como un prisionero, Pablo pudo decir a Agripa: “No fui desobediente a la visión celestial” (Hch. 26:19). Al final de su ministerio él pudo testificar a Timoteo: “He luchado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7). Hoy el Señor está buscando la misma clase de personas: vencedores que permanezcan firmes para llevar a cabo la economía de Dios en medio de circunstancias difíciles. El hermano Ron Kangas ha hablado muchas veces sobre la diferencia entre visión e idealismo, incluso aplicando esta distinción al hablar de la iglesia más desordenada abordada en las Epístolas de Pablo.

En lo que respecta a la iglesia, existe una diferencia entre un visionario y un idealista. Un idealista tiene un ideal de lo que se supone que debe ser la iglesia y cuando llega por primera vez a la vida de iglesia cree que ha encontrado la utopía. Pero poco a poco descubre que la iglesia con todos los santos no es un lugar perfecto. Un visionario, en cambio, es gobernado por la revelación divina respecto a la realidad de la iglesia y vive en la practicalidad de la iglesia con todos sus problemas bajo esta visión gobernante. Así es como Pablo pudo escribir una carta y dirigirla a la “iglesia de Dios que está en Corinto” (1 Co. 1:2). A pesar de que había sectas, que algunos se embriagaban en las fiestas de amor, que algunos demandaban a otros santos y que había caos en cuanto a los dones en la iglesia de Corinto, Pablo la consideraba como la iglesia de Dios en Corinto. Pablo fue muy claro sobre la condición de la iglesia, pero también quería que tuviéramos claro que, a pesar de todo, era la iglesia de Dios en Corinto. (Ron Kangas, “The Mending Ministry of Life” [“El ministerio remendador de vida”], The Ministry of the Word [El ministerio de la palabra] (febrero de 2014), pág. 26)

Un idealista nunca estará satisfecho con la vida práctica de la iglesia e inevitablemente se desilusionará y se volverá crítico cuando surjan problemas. Una persona con una visión se da cuenta que Dios permite situaciones caóticas, por más dolorosas que sean, para llevar a la madurez y perfeccionar a Sus santos, para producirlos como vencedores a través de los cuales Él pueda tratar con Su enemigo y traer Su reino.

La visión que necesitamos

Para ser preservados y vencer en medio del caos necesitamos ver una visión particular— la visión de la economía neotestamentaria de Dios (1 Ti. 1:4; Ef. 3:9). Esta visión tiene un aspecto objetivo y un aspecto subjetivo. De acuerdo con esta visión nuestro Dios tiene un propósito eterno, el cual El lleva a cabo por medio de la iglesia, el Cuerpo de Cristo (Ef. 3:10-11). Su creación en el universo, el hecho de que formara al hombre, y Su encarnación, vivir humano, muerte, resurrección y ascensión son todos para este propósito (véase: La visión que nos rige y nos regula según se halla en la Biblia, capítulos 1 y 2).

Subjetivamente, debemos ver que el Espíritu —quien es Cristo, la corporificación de Dios, hecho real para el hombre— ahora mora en nosotros (Ro. 8:9, 11; 1 Co. 3:6). Este Espíritu es el medio por el cual todo lo que Dios es y ha hecho, y todo lo que Cristo es y ha realizado es hecho real a nosotros, y por el cual todas las riquezas inescrutables de Cristo son transmitidas hacia dentro de nosotros (Jn. 15:26; 16:13; Ef. 3:8). La iglesia como el Cuerpo de Cristo es edificada por el crecimiento en la vida divina y por el mutuo suministro de todos los miembros (Col. 2:19; Ef. 4:15-16).

Necesitamos también una visión clara de la todo-suficiencia de Cristo. Si vemos lo trascendente que es el Dios-hombre Jesucristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido, nos daremos cuenta que sin importar en qué circunstancias externas nos encontremos, Él es capaz de salvarnos a lo sumo por el poder de Su vida indestructible (He. 7:25, 16). En medio de una gran degradación, incluyendo el rechazo de su ministerio por “todos los que están en Asia” (2 Ti. 1:15), esta visión capacitó al apóstol Pablo para decir: “Por esta causa asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy persuadido de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (v. 12). La visión de Dios como Aquel que es todo-suficiente (Nm. 24:4) llevó incluso al profeta gentil Balaam a proferir solo bendiciones con relación a Israel (vs. 9-10), porque él había sido traído a la visión divina acerca del pueblo de Dios, la cual no era de acuerdo con su condición real en sí mismos, sino de acuerdo con la capacidad que Dios tiene de llevar a cabo Su propósito en ellos. Hoy nuestro Dios está operando para cumplir el deseo de Su corazón de tener muchos hijos conformados a la imagen de Su Hijo primogénito (Ro. 8:29). Necesitamos tener una visión de que Él es capaz de llevar a cabo esto por medio de la operación del poder de Su vida de resurrección, sin importar como luzcan las circunstancias externas (Ef. 1:19-23; 3:20; Fil. 2:13).

La importancia de la visión

Al final de su epístola a los romanos, Pablo alabó a Dios diciendo: “Al que puede confirmaros según mi evangelio, es decir, la proclamación de Jesucristo, según la revelación del misterio” (Ro. 16:25a). Este misterio es la economía de Dios tocante a Cristo y la iglesia. Cuando el misterio revelado por Dios se vuelve nuestra visión, nos establece en nuestra vida cristiana. Más aún, dirige y controla nuestro vivir y servicio y nos preserva en medio de la degradación. El hermano Lee testificó: “Habiendo recorrido el sendero de la vida cristiana durante más de cincuenta años, he tenido muchas experiencias. Agradezco a Dios que, por Su misericordia, Su gracia me ha guardado en Su presencia. Pero puedo testificar que poseer una visión clara es un factor determinante por el cual he sido resguardado todo este tiempo. Una visión clara tiene el poder de resguardarnos.” (Los dos grandes misterios en la economía de Dios, pág. 54).

Tener una visión va más allá de conocer algo objetivamente. Es ver una escena divina por medio de la revelación acumulada en nuestro espíritu (Ef. 1:17-23; 3:3-6). La revelación de Dios está registrada en la Biblia, pero esta revelación debe llegar a ser nuestra subjetivamente al ver el significado intrínseco de las palabras escritas en la Biblia, mediante del ejercicio de nuestro espíritu en oración (6:18). Al buscar al Señor en Su Palabra con la ayuda de aquellos que nos han precedido para abrir la Biblia, nuestra visión gradualmente es ensanchada y profundizada hasta que vemos una visión panorámica de la economía de Dios y lo todo-inclusivo y todo-suficiente que es Cristo. La visión que vemos, así como la operación de Dios en nosotros y en nuestro entorno, no solo nos hará estables en nuestra vida cristiana, sino que también será una fuente de fortaleza para otros en tiempos de prueba (1 P. 5:10; 1 Co. 15:58). Aunque podríamos desear que “llevemos una vida tranquila y sosegada en toda piedad y dignidad” (1 Ti. 2:2), no debemos tropezar por el caos en nuestro entorno o en la iglesia, sino continuar como los fieles del Señor habitando en Él, en Su Palabra y en Su amor (Ro. 8:35-39). Esto nos capacitará para vencer el caos y convertirnos en canales por medio de los cuales Él puede suplir vida para otros en la iglesia.

Volvernos vencedores para triunfar en la economía de Dios en medio del caos

Los vencedores no temen ni son derrotados por el caos; por el contrario, ellos conquistan el caos al cooperar con Dios para llevar a cabo Su economía divina constructiva (véase: El caos satánico en la vieja creación y la economía divina para la nueva creación). Esto se confirma en las epístolas del Nuevo Testamento y en Apocalipsis:

Examinemos las iglesias en Corinto, Tesalónica, Filipos o en Galacia. Lo que vemos en ellas no es más que caos, y siempre habrá caos. La economía de Dios, especialmente como es revelada en 1 y 2 de Timoteo y en Tito, consiste en que venzamos el caos. Los vencedores son aquellos que prevalecen sobre el caos. El caos no derrota a los vencedores en ninguna manera; todo lo contrario, si bien los vencedores experimentan todo tipo de circunstancias y eventos adversos, ellos triunfan en la economía de Dios. (Ron Kangas, Extractos de los mensajes del entramiento semestral en invierno 2004: Estudio cristalización de 1 y 2 Timoteo y Tito, 22-23).

En Apocalipsis 2 y 3 el Señor llamó a los vencedores que estaban en las siete iglesias, incluyendo las iglesias que estaban en gran degradación. Vencer en medio la degradación de las iglesias no era abandonar aquellas iglesias porque estaban por debajo del estándar ideal, sino triunfar en ellas sin importar su condición. Vencer hoy significa cooperar completamente con el Señor para cumplir la economía divina constructiva en medio del caos satánico destructivo que nos rodea, un caos que está bajo la autoridad usurpadora de “los gobernadores del mundo de estas tinieblas” (Ef. 6:12).

El arrebatamiento del hijo varón en Apocalipsis 12 conduce a que Satanás sea arrojado a la tierra y a la declaración: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo” (v. 10). El hijo varón está compuesto de aquellos que “le han vencido [a Satanás] por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y no amaron la vida de su alma, hasta la muerte” (v. 11). No huyeron del caos; sino que, por el contrario, lo vencieron al ser fortalecidos en el Señor y en el poder de Su fuerza (Ef. 6:10; 1:19-22; Col. 1:11; 2 Ti. 4:17). En última instancia, son los santos vencedores quienes seguirán al Señor Jesús para destruir a Sus enemigos en Armagedón (Ap. 19:11-21). Si no tenemos experiencia en la batalla, si no participamos en la iglesia como el guerrero corporativo actualmente (Ef. 6:11-18), luchando por los intereses de Dios en medio de esta oscuridad, ¿cómo podemos estar preparados para luchar por el Señor contra las fuerzas de las tinieblas en aquel día? Que todos aspiremos y procuremos ser tales personas, no yendo tras fantasías vanas de una vida de iglesia ideal, sino buscando vencer en la vida de iglesia práctica que el Señor ha ordenado.

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