El Señor Jesús, la noche que fue traicionado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Esto es Mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí. Asimismo tomó también la copa, después de que hubieron cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto establecido en Mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de Mí. Pues, todas las veces que comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga (1 Co. 11:23b-26).
El Señor mismo instituyó Su mesa como una declaración de Su muerte y resurrección mediante la cual Él ha llegado a ser nuestra vida y nuestro suministro de vida, y nos ha hecho miembros de Su Cuerpo (1 Co. 11:26; Col. 3:4; Jn. 6:57; Ef. 5:30). Es también un recordatorio semanal de nuestra necesidad más básica: recibir la persona y obra de Cristo, como está simbolizado por el pan y el vino en la mesa. Ser capaces de participar en la mesa del Señor es un gran privilegio, pero no está exento de condiciones, como Pablo escribe:
De manera que cualquiera que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe, sin discernir el cuerpo, juicio come y bebe para sí. (1 Co. 11:27-29)
Para entender la advertencia de Pablo debemos responder tres preguntas: ¿Qué significa comer el pan y beber la copa del Señor indignamente? ¿Qué significa probarse a sí mismo? ¿Qué significa discernir el cuerpo?
Cuando vemos la palabra indignamente nuestra reacción inmediata puede ser que somos indignos, que tenemos fracasos en nuestro vivir y nuestro servicio al Señor, pero eso, aunque es cierto, no es lo que se quiere decir aquí. Watchman Nee nos dio el significado de la palabra indignamente usada aquí: “Es, pues, de mucha importancia que, al venir a la mesa, recordemos que es necesario ser considerados dignos. Esto no se refiere a si una persona es digna o no, sino, más bien, se refiere a si su actitud hacia la mesa es digna” (Mensajes para edificar a los creyentes nuevos, t. 1, pág. 301; véase también Estudio vida de 1 Corintios, págs. 487-488). Por lo tanto, tomar la mesa indignamente no es un asunto de la dignidad de nuestra persona ante el Señor, sino de cómo nos acercamos a participar de Su mesa.
Un hombre debe “probarse a sí mismo”, con respecto a la manera en que venimos a participar de la mesa del Señor. Dicha prueba no es hacer una introspección de nuestra condición espiritual. El hermano Nee escribió: “Esta evaluación personal no se hace con el propósito de obtener santidad, sino que se refiere a comer el pan y beber la copa en la cena del Señor” (El conocimiento de uno mismo y la luz de Dios, pág. 4). Agregó: “Así que el autoexamen al que alude este versículo se relaciona con nuestra participación de la mesa del Señor, y no sugiere que busquemos errores en nuestro interior para poder progresar espiritualmente” (pág. 4). Por ende, probarse a uno mismo es cuestión de examinar nuestra comprensión y actitud hacia lo que representa la mesa del Señor.
¿Qué, entonces, lo hace a uno indigno de participar de la mesa del Señor? Es no discernir el cuerpo del Señor. El pan sobre la mesa es un símbolo con un doble significado. Significa el cuerpo físico del Señor que fue partido por nosotros en la cruz, para que Él pueda impartirse a Sí mismo en nosotros como el pan de vida (Jn. 6:35, 48). También apunta al Cuerpo místico del Señor, compuesto de todos los que han participado de Cristo y han entrado en la comunión única de Cristo, la cual es la comunión en la que cada miembro del Cuerpo de Cristo participa (1 Co. 10:16-17; 1:9).
Pablo reprendió a los santos en Corinto porque muchos tomaban la mesa del Señor de una manera ligera y descuidada y sin tener consideración los unos por los otros (10:20-22). Por un lado, no honraban a Aquel que se había sacrificado a Sí mismo por ellos; consideraban Su mesa como algo común. Por el otro, deshonraban a los demás miembros en el Cuerpo. Si consideramos la totalidad de esta epístola, podemos ver que detrás de los disturbios en la iglesia en Corinto —tales como divisiones, inmoralidad y disputas legales (11:18; 5:1; 6:6)— había falta de preocupación los unos por los otros. Incluso su búsqueda espiritual era egocéntrica (14:4, 12). Por eso, los capítulos 12 al 14 hablan de la compenetración del Cuerpo para que los miembros tengan la misma solicitud los unos por los otros (12:24-25), del amor como el camino más excelente (12:31-13:13) y de edificarse unos a otros (14:3-5, 12, 26).
A menudo, cuando hablamos de discernir el cuerpo en relación con la mesa del Señor, queremos decir que debemos discernir que el pan del que participamos representa la comunión de todo el Cuerpo de Cristo y no la de una secta. Sin embargo, también debemos darnos cuenta de que podemos estar en una iglesia local genuina y aun así nosotros mismos ser divisivos. El hermano Lee nos enseñó que al venir a la mesa del Señor debemos tener presente dos palabras: memoria (11:24) y comunión (10:16). Recordamos al Señor y tenemos comunión unos con otros (Experiencing Christ as the Inner Life [Experimentar a Cristo como la vida interior], págs. 47-49). Discernir el cuerpo significa que tomamos cuidado de ambos aspectos. Así, el hermano Lee nos dijo:
Con respecto a usted mismo, usted tiene que examinar si es sectario. Si usted tiene algún problema con alguno de los santos, no debe participar de la mesa del Señor hasta que haya resuelto el problema completamente. El contexto de estos versículos nos muestra que debemos tener cuidado de cualquier tipo de división. Si la mesa es divisiva en cuanto a su testimonio, o si usted mismo está en división en su relación con los santos, debe abstenerse de participar. Cuando no hay división, es decir, cuando la mesa es la mesa de la unidad y cuando usted no tiene problemas con ningún miembro del Cuerpo, entonces puede participar de ella con libertad. (Mensajes de vida, t. 1 (#1-41), pág. 324)
Debemos recordar que cualquier santo con el que tengamos un problema es uno por el cual Cristo murió, uno al que Cristo compró para Sí mismo, tal como a nosotros. Así como Cristo lo ha recibido, también nosotros debemos recibirlo (Ro. 15:7). No podemos ser selectivos.
Primera de Corintios 11:29 habla de discernir el cuerpo, lo que implica que necesitamos darnos cuenta que el pan en la mesa del Señor significa el Cuerpo de Cristo en su totalidad. Tocar un pedazo de pan mientras tenemos un problema, incluso internamente, con otro miembro es no discernir el Cuerpo. Para discernir el Cuerpo debemos dejar de lado nuestros problemas internos con los demás o abstenernos de tomar el pan. De lo contrario, nuestra participación en el pan es una actuación falsa, pues en realidad no somos uno. (CWWL/a, 1978, vol. 2, pág. 97)
Si tomamos el pan cuando tenemos un problema con un hermano, no estamos discerniendo el Cuerpo. Esto debería ser una clara advertencia para todos nosotros. Si criticamos a un hermano y luego participamos del pan, no estamos discerniendo el Cuerpo. Si discernimos el Cuerpo, primero aclararemos la situación con el hermano. Si la crítica estaba solo en nuestros pensamientos, podemos confesar nuestro pecado al Señor y pedirle que nos cubra, perdone y limpie. Cuando venimos a la mesa del Señor debemos venir en una condición de no tener problemas con otros miembros del Cuerpo. Esto es lo que significa discernir el Cuerpo. (CWWL, 1977/a, vol. 2, pág. 65)
Tratar los problemas entre hermanos no es un asunto menor, como lo demuestra lo que dice el Señor en el evangelio de Mateo, un libro sobre el reino. Mateo 5:23-24 dice: «Por tanto, si estás ofreciendo tu ofrenda en el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu ofrenda». Nuestra ofrenda a Dios no puede ser aceptada mientras seamos conscientes de tener un problema con otro hermano. Además, en Mateo 18:23-35, el Señor contó la parábola de un rey que quería ajustar cuentas con sus esclavos. Un esclavo, al que el amo perdonó una deuda de diez mil talentos, fue y ahogó a un compañero que le debía cien denarios. El amo le preguntó entonces: «¿No deberías tú también haber tenido piedad de tu compañero como yo la tuve contigo?». Entonces ordenó que castigaran al esclavo que no había perdonado. El Señor concluyó la parábola diciendo: «Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si cada uno de vosotros no perdona de corazón a su hermano» (v. 35). Esto muestra la gravedad de albergar ofensas contra los hermanos creyentes. Por un lado, debemos buscar el perdón de aquellos a quienes hemos ofendido. Por el otro, debemos perdonar de corazón.
Buscar y ejercer el perdón es especialmente necesario en una iglesia que ha experimentado disturbios, porque en los disturbios hay muchas oportunidades para que se produzcan ofensas. En tales circunstancias necesitamos venir al Señor, abrirnos a Él sin reservas, y obedecer absolutamente Su guía interior. Aunque sólo el Señor puede sanar las situaciones en las que abundan las ofensas, nuestra cooperación mediante la confesión y el arrepentimiento ante Él y ante aquellos a quienes hemos ofendido, el perdón a quienes nos han ofendido y la búsqueda de la reconciliación con nuestros compañeros, le dan a Él la base para hacerlo.
No obstante, Romanos 12:18 nos da una importante palabra de equilibrio. Dice: «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, vivid en paz con todos los hombres». Explicó el hermano Lee:
Necesitamos vivir en paz con los demás, en la medida en que dependa de nosotros hacerlo. A veces no es posible vivir en paz con todos los hombres, porque otros no están dispuestos a tener una vida de paz. No hay nada que podamos hacer en tal situación. Esta es la razón por la que Pablo dice que debemos vivir en paz con todos los hombres «si es posible». En la medida en que dependa de nosotros, debemos hacer todo lo posible por vivir en paz con todos. (Truth Lessons [Lecciones de la verdad], Level 4, vol. 3, pág. 84)
La mesa del Señor debe recordarnos semana tras semana nuestra necesidad de mantener la unidad. Mantener la unidad es vital para que el Señor bendiga su recobro. La unción, la gracia del Señor como el rocío y la bendición ordenada de la vida dependen de la unidad (Sal. 133). La edificación del Cuerpo a través del suministro mutuo en amor en Efesios 4:16, depende de mantener la unidad en el versículo 3. Semana tras semana debemos honrar al Señor en Su mesa discerniendo el cuerpo, tanto al hacer memoria de Él, la Cabeza, como en el cuidado de la iglesia, Su Cuerpo, compuesto por todos los santos, como el resultado de Su obra. Si los santos en Su recobro prestaran mucha atención a este asunto y lo practicaran diligentemente, nuestro disfrute del Señor en Su mesa y en la vida de iglesia se elevaría grandemente y Su obra de edificación entre nosotros avanzaría grandemente. Que el Señor nos lleve por este camino.