Asaltando el terreno de la unidad (2): Mantener diligentemente la unidad que requiere el terreno local

Efesios 4 habla de un Cuerpo y un Espíritu y de nuestra necesidad de guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (vs. 3-6). Algunos cristianos preguntan si la unidad del Cuerpo y el Espíritu mencionada en Efesios 4 no es suficiente en sí misma para la unidad cristiana, y por lo tanto cuestionan la necesidad de hablar respecto al terreno de la localidad —el terreno de una ciudad, una iglesia, de una iglesia en una ciudad— como algo necesario para la preservación de la unidad de la iglesia. Algunos han ido más allá al afirmar que hablar del terreno de la localidad es agregar un requisito adicional e innecesario al testimonio de unidad, y por lo tanto constituye una enseñanza divisiva en y por sí misma. Sin embargo, la práctica de la iglesia sobre el terreno de la localidad es la prescripción divina y necesaria para guardar la unidad del Cuerpo y el Espíritu de manera práctica.

Guardar la unidad de manera práctica

Quienes han avanzado en esta línea de crítica, lo hacen basándose en una visión estrictamente universal de la unidad. Al apelar a Efesios 4:4: “un Cuerpo y un Espíritu”, argumentan que la unidad que compartimos como creyentes es una unidad universal en el único Cuerpo de Cristo por haber recibido el único Espíritu. A esto ciertamente decimos: “Amén”. La unidad del Cuerpo y el Espíritu es una unidad universal que une a todos los creyentes y se basa en haber recibido el Espíritu por medio de la regeneración y en que seamos hechos miembros del Cuerpo de Cristo (Ef. 4:25; Ro. 12:5). Sin embargo, en Efesios 4 Pablo habla del hecho espiritual de que hay un Cuerpo y un Espíritu en el contexto de la carga de “andar como es digno de la vocación con que fuimos llamados” (v. 1). El primer requisito de ese andar es guardar diligentemente la unidad del Espíritu (v. 3), no meramente en el Cuerpo abstracto, místico y universal de Cristo, sino entre los creyentes de manera concreta, práctica y local, como lo evidencia la frase “con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con gran paciencia los unos a los otros en amor” (v. 2). Pablo estaba escribiendo a “los santos que están en Éfeso” (1:1), es decir a la única iglesia en Éfeso (cfr. Ap. 2:1). La palabra de Pablo seguramente significa que debemos practicar las virtudes de Efesios 4:2 no solo en el Cuerpo universal, sino entre todos los creyentes en la ciudad en la que el Señor nos ha puesto. Esto indica que la unidad universal que todos los creyentes comparten debe tener una práctica correspondiente en su vivir y cuando se reúnen localmente.

Algunos abusan del enunciado “un Cuerpo y un Espíritu” intentado negar el terreno de la localidad y justificar un terreno de iglesia alternativo y divisivo que se adapte a su punto de vista subjetivo y preferencia, haciendo lo que les parece recto ante sus propios ojos (Dt. 12:8). Esto es abusar de la unidad divina que dicen defender. Hoy podemos tener un andar que sea digno del llamamiento de Dios y que honre el Cuerpo de Cristo al ser diligentes en guardar la unidad; o podemos tener otro tipo de andar, un andar que sea de acuerdo con nuestras propias opiniones, basado en ciertas formas de vivir y adorar, ciertas ordenanzas tradicionales o de fabricación propia. Este último tipo de andar deshonra al Cuerpo y crea divisiones entre los creyentes. A través de la obra de Cristo, Dios ha quitado todo obstáculo a la unidad de los creyentes, crucificando al viejo hombre que divide (Ro. 6:6) y clavando las ordenanzas que dividen a los hombres en la cruz (Col. 2:14). Además, Cristo ha creado en Sí mismo a todos los creyentes como un solo y nuevo hombre (Ef. 2:15), en el cual no hay personas naturales, sino que Cristo es el todo y en todos (Col. 3:11). Por lo tanto, las divisiones que existen entre los creyentes actualmente son el resultado de los requisitos puestos por el hombre, que están por encima y van más allá de la unidad que los creyentes comparten en el Espíritu. En la cristiandad actual, el fracaso en guardar diligentemente esta unidad ha resultado en la anulación práctica de la obra de Cristo en la cruz.

Aquellos que insisten en un concepto meramente universal de la unidad descartan la necesidad de practicar esa unidad con los creyentes en su propia localidad. Debemos ver que solo cuando los creyentes se mantienen en el terreno de la localidad, la unidad del Cuerpo puede testificarse y guardarse en la práctica. Después de exhortar a los filipenses a pensar lo mismo, tener el mismo amor, estar unidos en el alma y tener el único pensamiento (2:2), Pablo exhortó a Evodia y a Síntique a “pensar lo mismo en el Señor” (4:2), indicando que había disensión entre ellas lo cual estaba afectando a su iglesia local y dañando la unidad. Pablo no les dio a estas dos queridas hermanas una base para aferrarse a sus propias opiniones. Hoy en día, tales conflictos a menudo se usan como pretexto para que los creyentes se separen los unos de los otros. En cambio Pablo encargó a estas dos hermanas que practicaran entre sí la unidad que es característica del Cuerpo en su iglesia local. Esto muestra que, si bien la unidad de los creyentes es universal en su naturaleza, debe guardarse diligentemente localmente en la vida práctica de la iglesia.

La unidad de la iglesia es preservada por el terreno de la localidad

Algunos incluso afirman que el terreno de la localidad constituye una enseñanza divisiva en y por sí misma. Nuestra práctica de reunirnos como iglesia en la ciudad en la que vivimos es el modelo bíblico único para establecer iglesias (Hch. 14:23; Ti. 1:5; Ap. 1:11) y se basa en una maravillosa realidad divina. El Cuerpo de Cristo, el cual es el Cristo corporativo, no es divisible (Ef. 4:4; 1 Co. 12:12; 1:13a); por lo tanto la iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23), no es divisible. La naturaleza misma del Cuerpo y por lo tanto de la iglesia, es la unidad. Cuando la iglesia universal se manifiesta en el tiempo y el espacio, se manifiesta como muchas iglesias locales; sin embargo, estas iglesias no son divisiones separadas de la única iglesia universal. Las muchas manifestaciones de la única iglesia universal en el tiempo y el espacio son de la misma naturaleza que la iglesia universal que expresan. Por lo tanto, la iglesia de Dios y las iglesias de Dios (1 Co. 1:2; 11:16) difieren solo en su extensión. Mientras que la iglesia de Dios es universal, las iglesias de Dios son locales. Y mientras que la iglesia de Dios comprende a todos los creyentes regenerados en todo lugar y en todo tiempo (Mt. 16:18; 1 Co. 10:32), las iglesias de Dios comprenden solo aquellos creyentes regenerados en una ciudad en particular en un momento dado (Ro. 1:7; 1 Ts. 1:1). La dispersión geográfica de los creyentes exige el establecimiento de muchas iglesias y constituye la limitación física que hace inevitable la reunión geográfica. Por lo tanto, la base del Nuevo Testamento para la «división» de la iglesia de Dios en las muchas iglesias de Dios, cada una de las cuales abarca a todos los creyentes en su propia localidad, es únicamente geográfica y cualquier otra base para la división es hecha por el hombre y contraria a la naturaleza de la iglesia.

La unidad del Espíritu y del Cuerpo aplicada y practicada en el terreno de la localidad

En realidad, la aplicación y la práctica de la unidad divina requiere del terreno de la localidad, ya que es la localidad la que constituye la única base de distinción que no circunscribe una comunidad de creyentes más pequeña que la parte del Cuerpo presente en una localidad dada. En las iglesias locales todos los que han recibido a Cristo deben ser recibidos (Ro. 8:9; 14:1, 3; 15:7). La sabiduría de Dios se manifiesta en el modelo del Nuevo Testamento de las iglesias locales, ya que el terreno de la localidad no permite ningún otro factor de separación aparte del necesario por el efecto práctico de la geografía. Todas las preferencias que forman una base para hacer partidos entre los creyentes no son permitidas por el terreno de la localidad, a fin de preservar la unidad de la iglesia como la manifestación del único Cuerpo. Cuando los creyentes de Corinto formaron partidos entre ellos según su preferencia (1 Co. 1:12-13), Pablo les recordó que todos los creyentes de Corinto juntos constituían la iglesia de Dios en Corinto, corrigiendo así su inclinación a formar partidos (v. 2). Además, aunque el terreno de la iglesia es local, la comunión de cada iglesia local no es meramente local (Hch. 2:42; 1 Co. 1:9; 1 Jn. 1:3, 7). Una comunión que es sólo local es sectaria. Debe haber una comunión entre todas las iglesias locales que supere las separaciones necesarias creadas por la geografía. La unidad que disfrutamos debe ser tanto local, entre los creyentes de nuestra ciudad, como universal, que incluya a todas las iglesias locales.

La iglesia es una pero la práctica de la unidad en la iglesia requiere que las iglesias se establezcan sobre el terreno de la unidad, lo que necesariamente incluye el terreno de la localidad. Imponer cualquier condición para la comunión, como la adhesión a posiciones doctrinales particulares, la insistencia en una forma particular de práctica bautismal o en ciertas experiencias carismáticas, preferencias con respecto a un ministro particular o estilo de adoración, o incluso el alejamiento de otros grupos cristianos, es establecer un terreno alternativo para la “comunión” que inevitablemente excluye a los creyentes genuinos, provoca una división en el Cuerpo y por lo tanto es sectaria. Mantener la unidad del Espíritu y del Cuerpo requiere que nos mantengamos en el terreno de la localidad. El terreno local no es sólo el único terreno que incluye a todos los miembros del Cuerpo en una ciudad determinada; también es el único terreno presentado en el Nuevo Testamento para establecer iglesias. Establecer una “iglesia” sobre cualquier otro terreno que no sea la localidad es dividir el Cuerpo de Cristo en la práctica, perder la expresión de la unidad de Dios en naturaleza y convertirse en una secta. A través de la regeneración todos recibimos el único Espíritu y fuimos hechos miembros del único Cuerpo; sin embargo, el guardar diligentemente la unidad del Espíritu en la práctica requiere que nos mantengamos firmes sobre el terreno de unidad único de la iglesia, que en la práctica debe incluir el terreno de localidad.

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